Llegada
De mañana, una puerta de cristal, destellos, El oro nombra a la ciudad recién nacida, Cuyos blancos tramos y domos viajan Por el lento cielo todo el día. Pongo pie en tierra para permanecer aquí; Y las ventanas se abren de par en par Y las cortinas revolotean como palomas Y el pasado se seca en el viento.
Déjenme yacer bajo el follaje De una amplia indiferencia, Amontonar rostros cual centavos Al fondo de mi mente, Hallar voces cinceladas Al argot de los motores, Y dejar que las casas llenas de alboroto Guarden para sí el espesor de sus vidas.
Pues esta ignorancia de mí mismo Es una suerte de inocencia. Antes de lo que canta un gallo la habré herido: Hasta entonces, déjenme aspirar Su Edén de aire lechoso, Hasta que mi propia vida la aprisione... En caída lenta, con un velo gris; un hurto, Un estilo de morir y nada más.
1950
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