Nota introductoria
En lo que va del siglo, pocos libros de poesía italiana se han leído y analizado tanto como Lavorare stanca (Trabajar cansa), el primer libro de poemas de Cesare Pavese, cuya primera edición (Ed. Solaría, Florencia, 1936) aumentó el autor en la segunda (Ed. Einaudi, Turín, 1943), dándole el carácter de edición definitiva. En ésta incluyó seis poemas escritos entre las “paredes de aire” de Brancaleone Calabro, una aldea donde fue confinado durante siete meses por su militancia antifacista. La aparición de Trabajar cansa presentó una alternativa opuesta al hermetismo imperante en la poesía lírica italiana de esos años y preparó el terreno a las nuevas y distintas poéticas que proliferan en ese país después de la segunda posguerra. Con este libro aportó a la lírica el poema-narración, una poesía “clara, simple y objetiva” de carácter polémico y en contra de los recursos retóricos y amaneramientos formales, de las amañadas disposiciones tipográficas —viejas ya en esos tiempos—, de la métrica y la rima tradicionales. Con Los mares del sur —el primer poema de ese libro y que él consideraba “lo mejor que se estuviese escribiendo en Italia”—, sienta las bases de lo que será su trabajo poético futuro. Los requerimientos narrativos lo inducen a elegir los versos de doce, trece y más sílabas con ritmo dactílico, en lugar del endecasílabo tradicional en casi todos los poemas-narración, empleando el tono coloquial del habla piamontesa. Los personajes son prostitutas, maestritas, pordioseros, campesinos, noctámbulos, borrachos, vagabundos solitarios que atraviesan plazas y calles desiertas, buscando el inexistente camino del retorno, sin más porvenir que el de sus propios recuerdos, inconscientemente inmersos en su “inmadurez” de adolescentes, en el mito fundamental de la infancia del mundo. Todos ellos son seres silenciosos que saben escuchar “el silencio que dura”, el silencioso discurso de los dioses remotos: “Callar es nuestra virtud...”; “Algún antepasado nuestro debió estar muy solo/ —un gran hombre entre idiotas o un pobre loco/ para enseñar a los suyos tanto silencio...”; “Aquí, en la oscuridad, solo,/ mi cuerpo está tranquilo y se siente señor...”; “Caminar por caminar; las plazas y las calles/ están solas...”; “Pero este hombre ni mira. Se va a su casa a dormir/ y la vida no es más que un zumbido de silencio...”; “Temblaremos de soledad. Pero queremos estar solos”. Todos ellos —él mismo— se cuentan a sí mismos los proyectos de toda su vida, devanando el hilo de un interminable monólogo interior. Trabajadores ocasionales, desganados, que escapan de casa para vagar por las colinas o a la orilla de los ríos, maravillosos seres improductivos que reconquistan la libertad fumando en silencio; los sobrevivientes de la edad de oro. “La auténtica innovación pavesiana consiste en la demostración —incisiva y activa con frecuencia— de que la experimentación técnico-gnoseológica de la poesía contemporánea no puede detenerse en las formas de la lírica pura... En la inmediata posguerra, la poesía de Pavese se ha significado continuamente como un ejemplo anti-hermético, de concreción realista, de una clara dicción de los personajes, asuntos, situaciones de la sociedad... Los temas que serán típicos del narrador futuro, Las Langas, Turín, las colinas, la ciudad y el campo, la infancia y sus tensiones, sus búsquedas, un gusto entre lawrenciano y dannunziano por una pagana sensualidad de la tierra...” * Trabajar cansa principia trazando un círculo que se cierra virtualmente en los Diálogos con Leucó, que es, quizás, su obra más profunda y perfecta, indispensable para penetrar en el aterrado mundo pavesiano. La selección de los poemas aparece aquí en orden cronológico, con el propósito de observar la evolución y el cambio hacia otras formas empleadas posteriormente por Pavese. Asimismo la selección va de Los mares del sur a The cats will know, el penúltimo poema que escribiera meses antes de su muerte. Los poemas marcados con asterisco se publicaron póstumamente . Cesare Pavese nació en Santo Stefano Belbo (Piamonte). el 9 de septiembre de 1908. Murió el 27 de agosto de 1950, en Turín. “Nadie se suicida: la muerte es destino.”
Guillermo Fernández
* Giorgio Barberi Squarotti, La cultura e la poesía italiana del dopoguerra, Ed. Cappelli, 1968
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