Costumbres
Sobre el asfalto de la avenida la luna forma un lago silencioso y el amigo recuerda otros tiempos. Entonces le bastaba un encuentro imprevisto para ya no estar solo. Mirando la luna respiraba la noche. Pero más fresco era el olor de la mujer encontrada, de la breve aventura bajo escaleras inciertas. El cuarto tranquilo y el pronto deseo de vivir siempre allí colmaban su corazón. Luego, bajo la luna, volvía contento, con grandes pasos atolondrados. Entonces era un gran compañero de sí mismo. Despertaba temprano y saltaba del lecho reencontrando su cuerpo y sus viejos pensamientos. Le gustaba salir a mojarse en la lluvia o andar bajo el sol; gozaba mirando las calles, conversando con gente fortuita. Creía poder comenzar en cualquier oficio cada nuevo día, cada nueva mañana. Después de tantas fatigas se sentaba a fumar. Su más grande placer era quedarse a solas. Envejeció el amigo y quisiera una casa que le fuera más grata; salir por la noche y quedarse en la avenida mirando la luna, pero hallando al volver una mujer sumisa, una mujer tranquila, paciente en su espera. Envejeció el amigo y ya no se basta a sí mismo. Los transeúntes son siempre los mismos; la lluvia y el sol son siempre los mismos; la mañana un desierto. Trabajar no vale la pena. Y salir a la luna, si nadie lo aguarda, tampoco vale la pena.
1936
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