El vino triste (segunda versión)
Lo difícil es sentarse sin hacerse notar. Lo demás viene por sí mismo. Tres tragos y regresan las ganas de pensarlo a solas. Se abre un fondo de zumbidos distantes, toda cosa se pierde y resulta un milagro haber nacido y mirar el vaso. El trabajo (el hombre solo no puede no pensar en el trabajo) vuelve a ser el antiguo destino de que es bello sufrir para poder pensarlo. Después, los ojos miran al vacío, dolientes, como agujeros ciegos. Si este hombre se levanta y va a dormir a su casa, parece un ciego que perdió el camino. Cualquiera puede salir de una esquina y molerlo a golpes. Puede surgir una mujer y tenderse en la calle, joven y hermosa, bajo otro hombre, gimiendo como en otro tiempo una mujer gemía con él. Pero este hombre no mira. Se va a su casa a dormir y la vida no es más que un zumbido de silencio. Desvestido, este hombre mostraría miembros extenuados y una cabellera brutal, alborotada. ¿Quién diría que a este hombre lo recorren tibias venas donde un tiempo la vida quemaba? Ninguno creería que en otros tiempos una mujer acarició ese cuerpo y lo besó, ese cuerpo tembloroso, empapado de lágrimas, ahora que el hombre, en su casa, intenta dormir sin lograrlo y gime.
1934
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