Trabajar cansa
Atravesar una calle para escapar de casa puede hacerlo un muchacho, pero este hombre que anda todo el día por las calles ya no es un muchacho y no escapa de casa. Hay tardes de verano en que hasta las plazas se vacían, tendidas bajo el sol declinante, y este hombre que llega a una alameda de inútiles hierbas, se detiene. ¿Vale la pena estar solo, para estar siempre más solo? Caminar por caminar; las plazas y las calles están solas. Es preciso detener a una mujer, hablarle y persuadirla de vivir juntos. De no ser así, uno habla a solas. Es por esto que a veces el borracho nocturno comienza a farfullar y relata los proyectos de toda la vida. No es verdad que esperando en la plaza desierta el encuentro se dé con alguno; pero quien va por las calles se detiene de vez en cuando. Si fueran dos, aun andando en las calles, la casa estaría donde aquella mujer y valdría la pena. En la noche, la plaza vuelve a quedarse vacía y este hombre, que pasa sin mirar las casas entre inútiles luces, ya no levanta sus ojos: sólo mira el empedrado hecho por otros hombres de manos endurecidas, como las suyas. No es justo quedarse en la plaza desierta. Es seguro que existe esa mujer en la calle que, rogándoselo, quisiera consolar esa casa.
1934
|