Regreso de Deola
Volveremos a la calle a mirar transeúntes y también nosotros seremos transeúntes. Idearemos cómo levantarnos temprano, deponiendo él disgusto de la noche y salir con el paso de otros tiempos. Le daremos en la cabeza al trabajo de otros tiempos. Volveremos a fumar atolondradamente contra el vidrio, allá abajo. Pero los ojos serán los mismos, también el rostro y los gestos. Ese vano secreto que se demora en el cuerpo y nos extravía la mirada morirá lentamente en el ritmo de la sangre donde todo se pierde. Saldremos una mañana, ya no tendremos casa, saldremos a la calle; nos abandonará el disgusto nocturno; temblaremos de soledad. Pero querremos estar solos. Veremos los transeúntes con la sonrisa muerta del derrotado, pero que no grita ni odia pues sabe que desde tiempos remotos la suerte —todo lo que ha sido y será— lo contiene la sangre, el murmullo de la sangre. Bajaremos la frente, solos, a media calle, a escuchar un eco encerrado en la sangre. Y ese eco nunca vibrará. Levantaremos los ojos, miraremos la calle.
1936
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