EL COMIENZO DEL alma, su crecida como la cólera enramada. La cólera creciendo en sucesivos collares, desde el centro que, en lo callado, enjoya la caída de un ojo púrpura despierto. O, con los párpados cosidos por agujas de humo, la rabiosa cabeza degollada: el odre velludo de culebras hacia dentro, de bífidos rumores revestido por dentro, de insidiosos nudos de escamas erizado. Y el alba nueva, mancillada por enjuagar los dientes de las huellas de nocturnos encuentros. Aquí se pacta en vano; es el lugar de las alianzas nulas, de las contiendas, de la efímera unión y la condena anticipada. Y sin embargo existen, fuera, la ciudad y los vasos comunicantes de la dicha, el árbol hembra inerme, resguardado por puertas no seguras; la secreta cofradía de casas familiares; ternura líquida y solemne de las palabras puras labio a labio. Serpientes salen de la boca, frutas amargas. Fue mentido, también, el despertar; era dormirse en plena calle, hablando, a media vida y en peligro de muerte. Y sin embargo, el canto; fuegos de zarza vibra su materia ya de carne en común, de huesos en común entregados. Pan de pobres. Fuego de pobres para ser comido.
Fuego de pobres, 1961
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