Eurídice (II)
Y como gavillas, el cabello brillaba de nuevo limpio, entre manchas de materia triste y en desamparo. Y ligeras flores de carne muerta resbalaban lentamente, caían con su derrotada podredumbre. Y se restiraba la piel, brillando sobre tiernos músculos y grasas y bellos recintos de sangre nueva. Y sobre la tierra humedecida flotó como niebla mansa o silencio un calmado olor de mujer desnuda. Y de innumerables aguas, de sombras infinitamente desoladas, volvieron a ella sus dulces años: la savia delgada y verde, la lumbre de sus primaveras y sus otoños. Y se levantó soñando, y temblaba, y fue por segunda vez a la muerte.
Imágenes, 1953
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