YO MIRO ESTO que pesa inmensamente, que sube a fuerza contra el peso de la noche geográfica. Esta mole sonámbula y regida; materia convocada y dócil de banquetas y lámparas y muros. Densa expresión conmovedora de miedos primordiales; artificio que por decreto de los hombres establece las cosas, y las deja servibles ya, sumisas, protectoras. Sitio de piedras y madera, jerarquía de materiales ordenados que asila, como un barco entre la lluvia, su cargamento de dormidos. Esto que vive, esto que pesa, miro. Yo miro la ciudad a media noche como un taller en huelga. Siento pasar, soporto, mientras del sueño emergen los enfermos a rebuscar entre la fiebre los signos remotísimos del día. Mientras la misma fiebre los aparta del grito de los gallos, del repique a la vez desolador y alegre con que madrugan las iglesias, del testimonio de la dicha terrestre que da un rumor de pasos transitando al pie de la ventana. Es el instante inerte en el que aquellos que no sufren de enfermedad, se ponen por instinto la noche en el costado, y vuelven cómodos el pliegue de la pierna y el sudor de la espalda. La hora en que los hombres de vegetal manera giran: sólo varados leños aguardando la marea del alba. Y hay un temblor de viento; hay un latir de perros repetido encendiéndose lejos, y llenándome de un algo sin socorro. Yo miro en esta hora, y sé que alguien vigila este silencio. Alguien que no conozco.
Fuego de pobres, 1961
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