ESTA NOCHE DE trenes, de poblaciones emigrando, de corporales sueños, de violadas respiraciones en la arena movediza del viaje, lo recuerdo. (Fue, tal vez, necesario el incipiente amor; callar a solas con extraños, y las cosas más tiernas, mientras la boca se endurece y una crecida barba, de cadáver reciente, me prolonga.) Y sin embargo, cuántas veces te habrán reconocido; por los ojos, o por la ausencia que dejaste; por el cabello sobre el hombro, al irte, y el andar que descubre lo que eras. Pues sé que nos pusieron, al nacer, otro nombre, y un camino que recorrer, y un tren para el camino. Un tren sonámbulo que huye, en dirección opuesta, irreversible, de los que cruzan ya perdidos; por un saludo heridos ya de muerte, marcados para siempre, señalados; buscadores de un signo en la mazorca muchedumbre de rostros. Y todo esto sin falta, aconteciendo; todo pasando, todo viniendo y alcanzando y yéndose. Amiga, no me olvides; no me olvides, amigo; no te pierdas, espérame. Como a la máscara del baile, vengo de lejos a ocupar mi cara; por detrás y en silencio, a mis balcones lacrimales, al sabor de mi boca, al olor de las cosas que esperabas. Estoy sin tierra firme; estoy saliendo, a donde quiero, de estas últimas lentas horas de viaje que termina; sombra larguísima, pantano de silbatos, de ruedas que repiten su palabra distinta a cada uno; estaciones mendigas, como fechas alumbradas apenas, donde duele lo que se aprende dormitando. No me olvides, espérame. Yo, el de las cartas sin destino; el de palabras no creídas, el que siembra en lo oscuro, te lo pido.
Fuego de pobres, 1961
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