ALGO SE ME ha quebrado esta mañana de andar, de cara en cara, preguntando por el que vive dentro. Y habla y se queja y se me tuerce hasta la lengua del zapato, por tener que aguantar como los hombres tanta pobreza, tanto oscuro camino a la vejez; tantos remiendos, nunca invisibles, en la piel del alma. Yo no entiendo; yo quiero solamente, y trabajo en mi oficio. Yo pienso: hay que vivir; dificultosa y todo, nuestra vida es nuestra. Pero cuánta furia melancólica hay en algunos días. Qué cansancio. Cómo, entonces, pensar en platos venturosos, en cucharas colmadas, en ratones de lujosísimos departamentos, si entonces recordamos que los platos aúllan de nostalgia, boquiabiertos, y despiertan secas las cucharas, y desfallecen de hambre los ratones en humildes cocinas. Y conste que no hablo en símbolos; hablo llanamente de meras cosas del espíritu. Qué insufribles, a veces, las virtudes de la buena memoria; yo me acuerdo hasta dormido, y aunque jure y grite que no quiero acordarme. De andar buscando llego. Nadie, que sepa yo, quedó esperándome. Hoy no conozco a nadie, y sólo escribo y pienso en esta vida que no es bella ni mucho menos, como dicen los que viven dichosos. Yo no entiendo. Escribo amargo y fácil, y en el día resollante y monótono de no tener cabeza sobre el traje, ni traje que no apriete, ni mujer en que caerse muerto.
Fuego de pobres, 1961
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