QUÉ FÁCIL SERÍA para esta mosca, con cinco centímetros de vuelo razonable, hallar la salida. Pude percibirla hace tiempo, cuando me distrajo el zumbido de su vuelo torpe. Desde aquel momento la miro, y no hace otra cosa que achatarse los ojos, con todo su peso, contra el vidrio duro que no comprende. En vano le abrí la ventana y traté de guiarla con la mano: no lo sabe, sigue combatiendo contra el aire inmóvil, intraspasable. Casi con placer, he sentido que me voy muriendo; que mis asuntos no marchan muy bien, pero marchan; y que al fin y al cabo han de olvidarse. Pero luego quise salir de todo, salirme de todo, ver, conocerme, y nada he podido; y he puesto la frente en el vidrio de mi ventana.
Los demonios y los días, 1956
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