CRECE LA TORRE nueva en el naufragio del muro combatido; del alveolo de la sal, el rumbo celeste de la espiga, el transparente olor de la manzana, y surgen el olivo y su perla amarillenta y los suntuosos pórticos del vino. Canto que no aprendí, silencio en que instituye el canto las raíces. Y establecida sobre el alma, sube la lengua: cera y pabilo bajo voraz corona encandecida. Ámbito de la casa es, y casa del traje, y traje para el cuerpo, y cuerpo de la voz. Esfuerzo mío, tribu de sílabas concordes, ábreme campo afuera. Tú, que puedes, introdúceme al coro; así, al oficio de fundar la ciudad sobre cenizas de vencidas ciudades. Buen oficio. Derrame el canto sus caminos como una primavera de cimientos. Cirio sonoro, fundación, arroyo de abejas parcas, arribando al seno acelerado de la llama. No solamente mínimo brasero, engarce de la ofrenda en aroma desnudo que desgarra sus ropajes de humo; Sí manantial de macizas paredes, de azules templos para bordadoras calladas, de albañiles coronados, de dulces padres carpinteros, de manos como príncipes que rijan el sabor unitivo de la espada. Oh, si me fuera dado el alegrarme con mi fuerza de hombre, si mi orgullo (¿a quién volver los ojos?), como el amor, clarísimo al mirarte, para siempre naciera, y en torno, y habitada y ofrecida, la ciudad y la gente suscitada por el orden del canto. En esta hora y mientras en la plaza, el más valiente cumple el parto viril de la futura gloria de su bandera. Golpe de sol, racimo grave de linajes. Y estar herido y pobre, y estar vivo y vencedor, y redimido, y para siempre ya desenterrado.
Fuego de pobres, 1961
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