Material de Lectura

Presentación

 

Con todas sus líneas directas, las poesías de Constantino Cavafis (Alejandría 1863-Atenas 1933) se encuentran en el límite: en ellas no existe el juego antiguo de la semejanza y de los símbolos; cada episodio, cada decisión, cada descripción y actitud serán signos de que Cavafis es, en efecto, semejante a todos esos símbolos que ha calcado.

Toda la poesía escrita, extravagante, carece justamente de lo mismo: nada en el mundo se le ha parecido jamás; su lenguaje y metáforas infinitas quedan en suspenso, sin que ninguna similitud venga a llenarlas; y podrían ser quemadas por completo con la certeza que la imagen del mundo no cambiaría. Al ser iguales sus textos al mundo del cual es testigo y representante, Cavafis debe proporcionar la demostración y ofrecer la marca indudable de que dicen verdad, de que son el lenguaje de su mundo.

La vida de este poeta es una manifestación de similitudes que permanecen plasmadas en sus líneas; esboza lo negativo de la edad media de la misma forma que satiriza al clasicismo o dice con toda claridad sus deseos carnales. La poesía ha dejado de ser la prosa del mundo: las semejanzas engañan puesto que llevan a la visión y al delirio y las cosas permanecen obstinadas en su identidad irónica: no son más de lo que son; las palabras vagan a la aventura, sin contenido, sin semejanza al mundo para hacerse vivir; ya no marcan las cosas, duermen entre las hojas de los libros en medio del polvo. Cavafis es uno de los intentos más logrados de reunificar palabras y cosas.

Una vez desatada la similitud que separaba las cosas y las actitudes de las palabras que les nombran, sale a flote la verdadera experiencia que será la misma en la vida que en la obra; y es por eso que seguramente, se le menciona en su época en voz baja; siendo de esta manera comentado exclusivamente por lo que dice, llamado osadía su lenguaje cuando es precisamente lo contrario: tomar las cosas y las personas por lo que son, reconoce a los amigos de la misma forma que ignora a los extraños, sin tratar de enmascarar actitudes ni sublimizar valores; para él, verdaderamente, los oropeles no hacen al rey ni los gestos al héroe.

Bajo los signos establecidos de la mitología y a pesar de ellos, Cavafis escucha otro mensaje, más profundo, que recuerda el tiempo en que las palabras brillaban universalmente porque enunciaban las cosas: borra de su lenguaje la distinción de los signos y logra lo que tan difícil resulta para quien escribe: hacer soberano lo que es, tal como es. No se pueden diferenciar en él épocas o temas, sus trabajos son concisos e impregnados de naturalidad, de experiencia sin sofisticación; y es tomando este conoci-miento de su actitud que se logra la nitidez en cualquier lenguaje; ya sea respetando el ordenamiento en líneas (como en la presente traducción), o haciendo prosa de sus versos; lo que siempre se reconocerá es que el escrito pertenece a él, es inconfundible, sencilla fórmula de ser comprendido en cualquier idioma.

Nos dejó algo muy claro: de nada sirven símbolos ni signos convertidos en palabras si describen vaguedades; no hay cosas ni personas que necesiten de un cúmulo de palabras para ser descritas; hay una unión verdadera de lo que es y lo que se enuncia; nada se oculta ni de nada se hace alarde. Todo se resume en una actitud sencilla de escribir el mundo; de hacer de la poesía la verdadera literatura.

F. José Férez Kuri