El silencio Después de tantos sufrimientos que mi pupila enturbecieron, viendo la tierra amarga en donde envejecieron mis llantos, como pensamientos, llamóme lejos del Osario, tras de lo largo del camino, la música valiente de un clarín divino, alzó hacia Dios sus tristes ojos descoyuntados por la suerte, abrió la flor repleta de su sueño inerte y contempló puesto de hinojos a un ángel pálido que —en una gracia infantil de místicos sollozos— cortaba ramos de perfume luminosos con la cuchilla de la Luna.
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