La paz del sol Yo soy el vino; el hombre es la simiente. Subamos tierra adentro entre los ramos de un inmutable Domingo de ramos para abrigar a Dios eternamente. Hoy se ha puesto mi tierra en el poniente del marco de mi ser y prolongamos una tarde sin horas en que estamos cara a la eternidad del fuego ardiente. En vano es escribir, pues no se escribe, y lo único que pueden nuestros seres es dictarle al amor lo que él concibe. Basta de un buen silencio y bien del habla cualquier cosa es así: como la quieres y Dios es náufrago de nuestra propia tabla.
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