Ángelus El cruel ángelus inconsciente, levántase entre el Ataúd de lo infinito, en el poniente de una epicúrea lasitud; y en los tejados de las almas mayan los ruidos de la tierra, y, en la locura de sus calmas, la Hora, triste de espacio, yerra. Y, fatigados, los reflejos que, con las nubes, huyen, huyen, el uno al otro, tantos viejos sueños solares, se destruyen, danzando sobre la aburrida fluidez del cielo, que se atedia, y el compás tiene su medida en el muerto tiempo que media entre un reflejo que se hunde y otro reflejo que aparece, cuya inconciencia se confunde en el deleite que adormece los correspondientes olvidos de Fuegos, de Almas y de Vientos que halagan todos los sentidos y ruedan en los pensamientos de Dios, en tanto que las almas mayan los ruidos de la tierra, y, en la locura de sus calmas, la Hora, triste de espacio, yerra…
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