Material de Lectura

Edgar Lee Masters



Prólogo, selección
y traducción
de Sandro Cohen



VERSIÓN PDF



Prólogo

1915: la primera guerra mundial ya define la línea divisoria entre dos mundos literarios y políticos cuando Edgar Lee Masters, de 46 años, sufre un colapso nervioso después de pasar repentinamente de la sombra a la iluminación. 1915 es el año en que se publica la Antología de Spoon River, la curiosidad y el tour de force que cambia de forma definitiva la vida del autor, convirtiéndolo, a su vez, en uno de los pilares de las letras norteamericanas. Existían precedentes y tuvo sus seguidores, entre ellos, el mismo Edgar Lee Masters. Se trata, pues, de una revelación difícilmente igualable; tan es así que después de terminar el libro, Masters nunca más volvió a escribir un volumen de poesía (o prosa) a la altura de Spoon River; ni siquiera lo logró con la Nueva Spoon River (1924), generalmente considerada como una obra fallida que pretendía ampliar y modernizar el mundo creado en la primera "Antología": un cementerio poblado de espíritus que viven su muerte intensamente: espíritus rencorosos, vengativos, a veces iluminados, y otras veces tan ciegos como lo fueron en vida; seres que desde la tumba enjuician a su pueblo, a su gente, a sí mismos y, lo que es más importante, a su país. Es un infierno que no poco tiene que ver con Dante (figura que aparece más de una vez a lo largo de la obra), y que, visto como una totalidad, resume —a través de sus pobladores— la historia de los Estados Unidos; su expansión territorial, sus guerras, su destino manifiesto y la muerte lenta de sus valores preindustriales.

El panteón de Spoon River es una perfecta democracia. Todos hablan. Todos opinan. Hay "residentes" que participaron en la guerra de 1812 contra la Gran Bretaña, y hay otros que todavía no habían nacido para testimoniar ésta, una de las guerras más inútiles de la historia mundial, puesto que en el momento en que estalló, los contrincantes ya habían firmado la paz, sólo que las noticias llegaron tarde, en fin... Es una guerra que tipifica la ironía de Spoon River y la desilusión que lleva a cuestas eternamente en el libro de Edgar Lee Masters.

Un gran sector de este poblado —mitad mítico, mitad real— que se ubica dentro del estado de Illinois, vivió el desgarramiento de la guerra de secesión y sus consecuencias que todavía no dejan de hacerse sentir; otros desafortunados padecieron la aventura filipina; algunos más tomaron papeles fundamentales en la lucha por la igualdad de las razas; pero también hubo los que defendieran a capa y espada la supremacía blanca, el orden y la estructura de la Gran-Sociedad-Anglo-Sajona, de la cual se sentían los protectores divinos.

Aunque más de cien años separan las vidas y las muertes de unos y otros (un lapso no breve en la historia de Estados Unidos, especialmente cuando se trata de un pueblo del "midwest"), ya instalados en su destino final, todos forman una historia común. Algunos gozan de la omnisciencia: saben todo lo que ha pasado después de su muerte, se enteran de cosas que antes no sabían, llegan a comprender lo que en vida no pudieron. A otros, sin embargo, se les cierra el mundo y se revuelcan en la acidez del fracaso, la traición y el odio.

Masters, abogado que velaba por la salud espiritual de su país, se empeñó, más que nada, en descubrir todo elemento de hipocresía que pudiera encerrar la sociedad norteamericana. Escribió una obra que todavía hoy es molesta para los "halcones" patrioteros del Pentágono: es fácil imaginarse el escándalo que causó en 1915. Pero más allá de la política, la Antología de Spoon River es un canto a la humanidad, el amor y el desamor, a todos los pequeños triunfos y tropiezos de la vida. Masters intuye perfectamente bien, por ejemplo, el advenimiento del movimiento feminista contemporáneo, y lo explota en el terreno que más le es propicio: el legal. ¿Por qué se le sentencia a la Señora de Merritt a treinta años de prisión cuando a su amante —quien no sólo "ofendió" la cama de Thomas Merritt, sino que lo asesinó también— sólo le dan catorce?

Los temas, pues, son inagotables. Se sugiere en los poemas mucho más de lo que se dice. Se presentan aquí apenas 33 epitafios seleccionados de un total de 244 en un esfuerzo por incluir algunas de las "tramas" más importantes de la obra original, y verlas desarrolladas sin incurrir en posibles repeticiones, las que serían, en realidad, variaciones sobre un tema que aquí —por falta de espacio— no tienen cabida. Cada uno de estos epitafios es una declaración hecha en un engañoso verso libre que inquietó a no pocos críticos de su momento. Engañoso porque es un verso perfectamente medido según la lógica interna de los personajes y el ritmo de sus plegarias.

Verso libre, poesía en prosa, métrica tradicional... Edgar Lee Masters, como decía al principio, vivió la gran ruptura, y quizás se quedó dentro de ese limbo literario del cual nació su obra maestra. En los numerosísimos libros que siguieron a su Antología, jamás incursionó en lo que realmente podría llamarse verso libre como lo hemos conocido a través de Pound, Sandburg u otros muchos de sus contemporáneos y compatriotas. A diferencia de las de éstos, nunca maduró la voz poética de Masters más allá de ese chispazo genial que lo llevó —a través de sus cadencias pesadas, irregulares, pero siempre cuidadosamente controladas— a la historia de las letras. Pero hay que señalar que la aportación de Masters no es formal, sino emotiva: su don de desnudar a la gente en verso de tal forma que no tenga ni la más mínima inhibición, de hacer que lo diga todo, desde lo sublime hasta lo más vulgar; siempre lo más humano.

Spoon River es, en fin, un microcosmos que congela la historia de un país en un instante. Atina o, más bien, pone el dedo en la llaga de Estados Unidos. Lo descubre, lo revela en su esplendor y en su obscuridad; en su grandeza y en su tragedia. Tal vez fue Chase Henry, el borracho oficial del pueblo, quien lo dijo con más elocuencia:

"Observad, almas prudentes y devotas,
las contracorrientes de esta vida
que honran en la muerte
a los que en desgracia vivieron."

 

Sandro Cohen


Amanda Barker

Henry me embarazó
sabiendo que no podría dar a luz
sin perder la vida.
Así fue que en mi juventud
pasé por los portales de polvo.
Viajero: en el pueblo donde viví se cree
que Henry me amó con amor de esposo,
mas proclamo desde el polvo
que por satisfacer su odio me mató.


Chase Henry

En vida fui el borracho del pueblo.
Cuando morí el cura no quiso sepultarme
en el Campo Santo,
lo cual me favoreció
porque los protestantes compraron el lote
y enterraron mi cuerpo aquí,
cerca de la tumba de Nicholas, el banquero,
y su esposa, Priscilla.
Observad, almas prudentes y devotas,
las contracorrientes de esta vida
que honran en la muerte
a los que en desgracia vivieron.


Juez Somers

¿Cómo puede ser, dígame,
que yo, el más erudito de los abogados,
yo, que me sabía a Blackstone y Coke
casi de memoria, el que hizo el más grande discurso
que la Corte jamás escuchó, el que escribió
un informe que ganó los elogios del Juez Breese...?
¿Cómo puede ser, díganme,
que yazga aquí sin losa, olvidado,
mientras Chase Henry, el borracho del pueblo,
tiene lápida de mármol, coronada por una urna
en la que la Naturaleza, de irónico ánimo,
ha sembrado mala hierba, floreciente?


Minerva Jones

Yo soy Minerva, la poetisa del pueblo.
Me insultaban e injuriaban los patanes de la calle
por mi cuerpo pesado, por bizca, por mi andar quebrado,
y mucho más cuando "Butch" Weldy me apresó
después de una cacería brutal;
me dejó con mi destino y el doctor Meyers;
y me deslizaba cada vez más hacia la muerte,
empezaba a entumecérseme el cuerpo
de los pies para arriba,
como si entrara poco a poco en un arroyo de hielo.
¿No irá nadie al periódico local
a juntar en un volumen mis versos?
¡Estaba tan sedienta de amor!
¡Tan hambrienta de vida!

 


"Indignación" Jones

¿No me creerían, verdad, si les dijera
que era yo de buen abolengo gales,
que tenía la sangre más pura
que la basura blanca de aquí,
que mi linaje era más directo que el de los neoingleses
y los virginianos de Spoon River?
No creerían que fui a la escuela
y que había leído libros.
Sólo me vieron como un hombre gastado
de pelo y barba enredados,
un hombre de ropa deshilachada.
A veces la vida se vuelve un cáncer
de tantos golpes, tanto golpe sin tregua,
y se convierte en una masa purpúrea
como plaga que ataca al maíz.
Yo fui carpintero, atascado en el fango de la vida
en que anduve, pensándola una pradera,
mi mujer, una perdida, y la pobre Minerva, mi hija,
la que ustedes atormentaron y arrojaron a su muerte.
Por eso me arrastré como caracol por los días
de mi vida.
Nunca más oirán mis pasos en la mañana
retumbar sobre el hueco de la acera,
caminando a la tienda por una pizca de maíz
y cinco centavos de tocino.


"Butch" Weldy

Después de recibir la religión y sentar cabeza
me dieron trabajo en la fábrica de enlatados.
Todas las mañanas me tocaba llenar
el tanque de gasolina que estaba atrás,
el tanque que alimentaba los sopletes
que, en turno, calentaban los fierros de soldar.
Y yo, para hacerlo, tenía que subir
los travesaños de una raquítica escalera
con todo y cubetas llenas de gasolina.
Un día, al vaciar el líquido,
el aire se inmovilizó y pareció hincharse.
Me disparé con la explosión del tanque
y caí con las piernas destrozadas;
mis ojos se volvieron dos pedazos de carbón.
Alguien dejó un soplete prendido
y el tanque chupó la llama.
El juez del distrito dijo que la culpa
podría ser de cualquiera de mis compañeros
y así el hijo del viejo Rhodes
no tenía que pagarme nada.
Me quedé en el banquillo, tan ciego
como Jack el violinista, repitiendo la frase:
"Jamás lo había visto".


Knowlt Hoheimer

Fui la primera sangre
de la batalla de Missionary Ridge.
Cuando sentí la bala atravesar mi corazón,
pensé que mejor hubiera ido a la cárcel
por robar los cerdos de Curl Trenary
en vez de huir y enrolarme en el ejército.
Mil veces prefiero la cárcel del condado
que yacer aquí bajo una Victoria de mármol
y este pedestal de granito
soportando la inscripción "Pro Patria".
Siempre quise preguntar
el significado de esas palabras.


Lydia Puckett

Knowlt Hoheimer huyó a la guerra
el día antes de que Curl Trenary
lo acusara ante el juez Arnett
de robar cerdos.
Pero no por eso se hizo soldado.
Vio que andaba con Lucius Atherton,
reñimos y le dije que nunca más
se cruzara en mi camino.
Fue entonces que robó los cerdos
y se marchó a la guerra.
Detrás de cada soldado hay una mujer.


Percy Bysshe Shelly

Mi padre, dueño del taller de carruajes,
y enriquecido con el negocio de herraduras,
me mandó a la Universidad de Montreal.
No aprendí nada y volví a mi pueblo
y vagaba por los campos con Bert Kessler
cazando codorniz y agachadiza.
En Lago Thompson el gatillo de mi escopeta
se atoró en la borda de la lancha
y se me abrió un gran hueco en el corazón.
Sobre mi tumba un padre cariñoso
erigió este tallo de mármol
sobre el cual se ve la figura de una mujer
esculpida por un artista italiano.
Dicen que las cenizas de mi homónimo
fueron esparcidas por la pirámide de Cayo Cestius
en algún lugar cercano a Roma.


Julia Miller

Reñimos esa mañana,
pues él tenía sesenta y cinco años
y yo tenía treinta.
Estaba nerviosa y me pesaba el hijo
cuyo nacimiento me atemorizaba.
Pensé en la última carta que me escribiera
esa joven alma, ya lejana,
cuya traición oculté
al casarme con el viejo.
Entonces tomé morfina y me senté a leer.
Por entre las tinieblas que me llenaron los ojos
veo aún la luz vacilante de estas palabras:
"Y Jesús le habló: te digo
en verdad que hoy estarás
conmigo en el paraíso".


Lucius Atherton

Cuando se me rizaba el bigote
y mi pelo era negro,
cuando me ponía pantalones ajustados
y un diamante en el cuello,
fui excelente raptor de corazones: burlé a muchas.
Pero cuando hicieron las canas su acto de presencia...
¡ay! una nueva generación de muchachas
se reía de mí, sin tenerme miedo,
y ya no tuve más aventuras emocionantes
en las que por poco me mataran por sinvergüenza
desalmado;
sólo amoríos secos, amoríos recalentados
de otros días, de otros hombres.
Y pasaron los años hasta que me fui a vivir
al restorán de Mayer donde comía entremeses,
gris, desgreñado, don Juan rural sin dientes, rechazado.
Hay una sombra poderosa que canta aquí
de una que se llama Beatriz.
Ahora puedo ver que el poder de su grandeza
me llevó a reptar por el más bajo de los fondos.


Cooney Potter

De mi padre heredé cuarenta acres
y trabajando mi esposa, mis dos hijos
y dos hijas de sol a sol, me hice de mil acres.
Pero no satisfecho,
queriendo ser dueño de dos mil acres,
corrí por los años con hacha y arado
trabajando con privaciones yo, mi esposa, mis hijos
y mis hijas.
Squire Higbee me hace una injusticia al decir
que morí por fumar puros Red Eagle.
Comer pay caliente y tragar café
durante las horas en que más quema el sol
de la cosecha...
Eso es lo que me trajo aquí
antes de cumplir mis sesenta años.


Jones el violinista

La tierra mantiene una vibración
por las venas de tu sangre y eres tú.
Y si la gente se entera de que tocas el violín,
pues tienes que tocarlo, y toda la vida.
¿Qué ves, un agosto de trébol,
una pradera que lleva al río?
El viento sopla por los maizales; o te frotas las manos
por las reses que irán al mercado
o escuchas el rumoreo de faldas
como de muchachas cuando bailan en La Arboleda.
Para Cooney Potter una polvareda
o un torbellino de hojas siempre fue sequía;
pero para mí eran como el Pelirrojo Sammy
en un zapateado de "Turalú".
¿Cómo trabajar mis cuarenta acres
—de comprar más ni hablar—
cuando una orquesta de cuernos, fagotes y flautines
se alborotaba en mi cabeza por el canto de los pájaros
y el crujir de un molino, nada más?
Y nunca pude arar sin que alguien,
parado en el camino, me invitara a un baile o barbacoa.
Me quedé con mis cuarenta acres,
terminé con un violín quebrantado...
quebrantada la risa y mil recuerdos,
y jamás me arrepentí.


Nellie Clark

Sólo tenía ocho años;
y antes de crecer y saber lo que era,
no encontraba las palabras para decirlo, sólo sabía
que tenía miedo y se lo fui a contar a mamá;
y mi padre consiguió una pistola
y habría matado a Charlie, un muchacho ya grande
de quince años, si por su padre no hubiera sido.
De todas maneras se me quedó la historia.
Pero el hombre que se casó conmigo, viudo de treinta
y cinco años,
era nuevo en el pueblo y no supo del incidente
hasta dos años después de la boda.
Luego dijo que lo habían engañado,
y el pueblo acordó que en realidad no era virgen.
Total, me abandonó, y morí
en invierno, unos meses después.

 


George Gray

Muchas veces he estudiado
el mármol que me cincelaron:
un barco con vela aferrada, en bahía, descansando.
En verdad es el retrato no de mi destino,
sino de mi vida.
Pues me ofrecieron amor y huí de su desilusión;
la tristeza tocó a mi puerta, pero me dio miedo;
me llamó la ambición, pero temía las consecuencias.
Y aún así
todos los días ansiaba que mi vida significara algo.
Ahora comprendo que hay que desplegar la vela
y aprovechar los vientos del destino,
no importa a dónde lleven el barco.
Hallar el significado de la vida puede terminar en locura,
pero la vida sin significado es la tortura
del insomnio y vagos deseos...
Es un barco que anhela el mar, siempre temeroso.


Wendell P. Bloyd

Primero me acusaron de faltas a la moral,
ya que no hubo ley contra la blasfemia.
Después me encerraron por loco,
y un guardia católico me mató a golpes.
Mi ofensa fue ésta:
dije que Dios le mintió a Adán, y lo destinó
a vivir la vida de un idiota,
sin saber que en el mundo hay mal, lo mismo que bien.
Y cuando Adán se mostró más listo que Dios, comiéndose
la manzana,
la mentira se hizo patente.
Y Dios lo arrojó del Edén para evitar
que tomara el fruto de la vida eterna.
¡Por Cristo! Ustedes son gente sensata.
Escuchen lo que Dios mismo dice de esto en el Génesis:
"He aquí el hombre es como
uno de nosotros" (un poco de envidia, ¿verdad?),
"sabiendo el bien y el mal" (se descubre la mentira
de que todo es bueno):
"Ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también
del árbol de la vida, y coma y viva para siempre".
Y lo sacó Jehová del huerto del Edén.
(La razón, creo, por la cual Dios
crucificó a Su Propio Hijo
para salir de esta miserable maraña,
es que de Él no se esperaba menos)


John M. Church

Fui abogado de la "Q"
y de la compañía que aseguró
a los dueños de la mina.
Soborné a juez, jurado
y cortes superiores
para burlar al tullido,
la viuda y el huérfano;
así gané mi fortuna
y en el Colegio de Abogados
me colmaron de elogios elocuentes.
Los tributos florales fueron muchos
pero las ratas devoraron mi corazón
¡y una serpiente anidó en mi calavera!


La señora de Charles Bliss

El reverendo Wiley me aconsejó no divorciarme
por el bien de los hijos,
y el juez Somers, a él, le aconsejó lo mismo.
Así llegamos juntos al fin del camino.
Pero dos de los hijos creían que él tenía razón,
y dos de los hijos creían que yo tenía razón.
Y los dos que tomaron parte por él me echaban la
culpa a mí.
Y los dos que tomaron parte por mí le echaban la
culpa a él.
Y sufrían por la parte de sus preferencias.
Y estaban todos destrozados por la culpa de haber juzgado,
de alma torturados porque no podían
querernos por igual.
Ahora bien: todo jardinero sabe que las plantas cultivadas
en un sótano o bajo piedras
son retorcidas, amarillas y débiles.
Y ninguna madre permitiría que su hijo
tomara mala leche de su pecho.
Y todavía los predicadores y jueces aconsejan
la crianza de almas
donde no hay sol, sino penumbra,
donde no hay calor, sino fría humedad
¡Predicadores y jueces!


Reverendo Lemuel Wiley

Prediqué cuatro mil sermones,
dirigí cuarenta misas de resurrección
y bauticé a no pocos conversos.
Pero ninguno de mis actos
brilla más en la memoria del mundo,
que el haber salvado a los Bliss del divorcio,
y ninguno le es más caro a mi persona
y el haber librado a sus hijos de esa desgracia
para que se hicieran hombres y mujeres decentes,
felices ellos, beneméritos del pueblo.


Albert Schirding

Jonas Keene creyó su destino cruel
porque sus hijos fueron todos fracasos.
Pero yo sé de una suerte aún más atroz:
ser un fracaso mientras los hijos triunfan.
Pues crié una raza de águilas
que volaron, por fin, dejándome a mí
como cuervo en la rama abandonada.
Entonces fui en busca del título "Honorable",
y para ganarme el respeto de mis hijos,
me lancé como candidato a la Superintendencia de Escuelas,
gastando todos mis ahorros para ganar... y perdí.
Ese otoño, a mi hija, le dieron primer lugar
en el concurso de pintura de París.
Ganó con su cuadro "El viejo molino"...
(El molino de agua antes de que Henry Wilkin
instalara la máquina de vapor.)
Sentir que no fui digno de ella terminó conmigo.


Jonas Keene

¿Por qué se mató Albert Schirding
en un esfuerzo por ser Superintendente de Escuelas,
dotado como estaba de lo mejor de la vida,
hijos maravillosos que lo colmaron de orgullo
antes de que cumpliera sesenta años?
Si tan sólo uno de mis hijos pudiera haber cuidado
un puesto de periódicos,
o si una de mis hijas se hubiera casado
con algún hombre decente,
no habría caminado debajo de la lluvia
ni me habría metido a la cama después
con mi ropa toda empapada,
rechazando a médico y medicinas.

 


Yee Bow

Me hicieron asistir a las clases de catecismo
en Spoon River,
y quisieron que negara a Confucio por Jesús.
No me pudo haber ido peor
si hubiera pretendido que negaran ellos
a Jesús por Confucio.
Pues, un día, sin siquiera avisar,
como si fuera una broma,
se me acercó por detrás, silenciosamente, Harry Wiley,
el hijo del ministro, y me perforó los pulmones
con mis propias costillas bajo el golpe de su puño.
Ahora nunca dormiré con mis ancestros en Pekín,
y ningún niño rezará sobre mi tumba.

 


Washington McNeely

Rico y venerado por mis conciudadanos,
padre de muchos hijos nacidos de madre noble,
todos criados allá
en la gran mansión en las afueras del pueblo.
¡Fíjense en el cedro detrás de la casa!
A Ann Arbor mandé a todos mis hijos, a mis hijas
las mandé a Rockford;
mientras tanto mi vida seguía, acumulaba más
riquezas y honores...
y descansaba por las tardes, debajo de mi cedro.
Pasaron los años.
A las muchachas las envié a Europa;
las doté cuando se casaron.
A los muchachos di dinero para fundar sus negocios.
Eran fuertes, mis hijos, prometían tanto
como las manzanas antes de que en ellas aparezca
la huella de las magulladuras.
Pero John huyó, en desgracia, del país.
Jenny se murió en un parto...
y yo sentado debajo de mi cedro.
Harry se mató después de un escándalo.
Susan se divorció...
y yo sentado debajo de mi cedro.
Paul quedó inválido por estudiar en demasía.
Mary nunca más salió de la casa,
obsesionada por el amor de un hombre...
y yo sentado debajo de mi cedro.
Todos se fueron, o con las alas quebradas o devorados
por la vida...
y yo sentado debajo de mi cedro.
Mi compañera, su madre, falleció...
y yo sentado debajo de mi cedro
hasta que doblaron mis noventa años.
¡Oh, Tierra materna, que arrullas a la hoja que cae!


Thomas Rhodes


Muy bien, ustedes, los liberales
y navegadores de los reinos del intelecto,
marineros que pasan por alturas de fantasía,
sacudidos por corrientes erráticas, tropezando con bolsas
de aire,
ustedes, los Margaret Fuller Slacks, Petits
y Tennessee Claflin Shopes...1
Encontraron con todo y su famosa sabiduría
lo difícil que es, por fin,
evitar que el alma se resquebraje en átomos celulares.
Mientras nosotros, los que buscamos los tesoros terrenales,
los que asimos y acaparamos el oro,
estamos íntegros, firmes, en armonía,
hasta el fin.


1 Son una novelista frustrada, un poeta y un librepensador, respectivamente: algunas almas poco convencionales del panteón de Spoon River (nota del traductor).

 


Elsa Wertman

Era yo una campesina alemana
de ojos azules, chapeada, fuerte y feliz,
y el primer lugar donde trabajé
fue en casa de Thomas Greene.
Un día de verano cuando ella no estaba,
entró en la cocina, silenciosamente.
Me tomó en sus brazos y me besó el cuello,
y yo volví la cabeza. Entonces,
ninguno de los dos parecía saber
qué era lo que estaba pasando,
y lloré por lo que sería de mí.
Y lloré y lloré por mi secreto que se hacía
cada vez más evidente.
Un día la señora de Greene me dijo
que entendía
y que no me haría la vida difícil;
ella, sin hijos, adoptaría al niño.
(Él le dio una granja para hacerla callar.)
Se escondió en la casa e hizo correr la voz
como si fuera a pasarle a ella.
Salí con bien, nació el infante; me trataron
con tanto cariño.
Después me casé con Gus Wertman
y pasaron así los años.
Pero en las convenciones políticas
cuando todos pensaban que mi llanto
se debía a la elocuencia de Hamilton Greene,
no era por eso,
¡No! Quería decir:
¡Ése es mi hijo! ¡Ése es mi hijo!

 


Hamilton Greene

Fui el único hijo de Francés Harris, virginiana,
y Thomas Greene, de Kentucky,
ambos de sangre valiente y honrada.
A ellos les debo todo lo que soy:
juez, congresista, importante senador.
De mi madre heredé
viveza, imaginación y lenguaje.
De mi padre, voluntad, juicio y lógica.
¡El honor es de ellos
por cuanto sirviera al pueblo!

 


Searcy Foote

Quería ir a la universidad,
lejos de aquí.
Pero mi tía, Persis, la rica,
no me quiso ayudar.
Entonces fui jardinero,
y con lo que gané
compré los libros de John Alden
y luché por la supervivencia.
Quería casarme con Delia Prickett,
pero ¿cómo con lo que yo ganaba?
Y ahí estaba mi tía, Persis, septuagenaria,
instalada en su silla de ruedas,
medio muerta,
su garganta tan paralizada que cuando comía
se le escurría la sopa como a un pato...
Y todavía no satisfecha, invertía sus ingresos
en hipotecas, nerviosa en todo momento
por sus acciones, rentas y papeles.
Ese día le estaba cortando leña
y leyendo a Proudhon en mis descansos.
Fui a la casa por un poco de agua,
y allí estaba, dormida en su sillón,
y Proudhon sobre la mesa,
y un frasco de cloroformo sobre el libro,
¡lo usaba a veces para dolor de muelas!
Vertí el cloroformo en un pañuelo
y se lo apliqué a la nariz
hasta que murió...
Oh Delia, Delia, tú y Proudhon
firme mantuvieron mi mano, y el forense
dijo que fue su corazón.
Me casé con Delia y me dieron el dinero...
¿Verdad que te burlé, Spoon River?

 


Archibald Higbee

Te odié, Spoon River. Traté de dejarte atrás,
me dabas vergüenza. Te aborrecí por ser
el lugar de mi nacimiento.
Y allá en Roma, entre los artistas,
hablando italiano, hablando francés,
a veces parecía estar libre
de toda huella de mi origen.
Parecía alcanzar las cumbres del arte
respirando el aire que los maestros respiraban,
contemplando el mundo con sus ojos.
Sin embargo, mi obra, la criticaban diciendo:
"¿Qué pretendes, amigo mío?
A veces la cara parece de Apolo,
y a veces se ve una sombra de Lincoln".
Saben que en Spoon River no había cultura,
me abrasaba del bochorno y callaba.
¿Y qué podía hacer, del todo cubierto
por el peso de suelo americano?
sino aspirar a otro nacimiento en el mundo
y rezar porque de mi alma se extirpase Spoon River.

 


Tom Merritt

Al principio empecé a sospechar...
estaba tan calmada, casi ausente.
Y un día escuché al fondo de la casa
un portazo
cuando entré por la puerta principal.
Lo vi deslizarse
detrás de la ahumadora
hacia el lote para alcanzar
el campo abierto.
Quería matarlo a primera vista,
pero ese día,
mientras caminaba cerca del puente,
sin siquiera un palo o una piedra a la mano,
lo vi de repente, parado ahí,
y no pude decir más que "No, No, No",
mientras a mi corazón apuntaba
y disparó.

 


La señora de Merrit

Silenciosa ante el jurado,
sin contestar al juez cuando me preguntó
si tenía algo que objetar a la sentencia,
sólo pude negar con la cabeza.
¿Qué podía decirle a la gente
si pensaba que una mujer de treinta y cinco años
tenía la culpa
cuando su amante de diecinueve
asesinó a su esposo?
Y aunque ella le hubiera dicho, insistentemente,
"Vete, Elmer, vete lejos de aquí,
te trastorné la mente con el don de mi cuerpo:
harás algo terrible".
Y tal como lo temía, mató a mi esposo;
con eso no tenía nada que ver, ¡ante Dios!
¡Silenciosa por treinta años en la cárcel!
Y la férrea reja de Joliet
se abrió para los grises y mudos carceleros
que me sacaron en un ataúd.

 


Elmer Karr

Sólo el amor de Dios pudo hacer
que el pueblo de Spoon River se enterneciera
y me perdonara a mí,
que ofendí la cama de Thomas Merrit,
además de asesinarlo.
¡Oh, corazones benévolos que me aceptaron
al regresar de la prisión después de catorce años!
¡Oh, almas caritativas, que en la iglesia me recibieron
y escucharon llorando mi confesión penitente
comulgando con el pan y el vino!
Arrepentíos, vosotros los vivos, y descansad en Jesús.

 


Harry Wilmans

Acaba de cumplir veintiún años,
y Henry Phipps, el director de la escuela religiosa,
leyó un discurso en el teatro.
"Hay que defender el honor de la bandera", había dicho.
"No importa que la ataquen salvajes tagalos
o la más grande potencia de Europa."
Y aplaudimos, y aplaudimos su discurso y la bandera
que hacía ondear.
Y fui a la guerra a pesar de mis padres,
y seguí la bandera hasta verla izada
junto a nuestro campamento
en un arrozal no lejos de Manila.
Y todos lanzamos ¡vivas! y la vitoreamos.
Pero había moscas y cosas venenosas;
y había esa agua que era fatal,
y el calor cruel,
y la comida pestilente, putrefacta;
y el olor de la zanja detrás del campamento
donde los soldados iban a vaciarse;
y había esas putas que siempre nos seguían
infestadas todas de sífilis;
y los actos bestiales entre nosotros o a solas.
con intimidaciones y odio, la degradación común
y los días de repugnancia y las noches de miedo
que llevaron a la hora de la embestida por la ciénega
infernal,
detrás de la bandera,
hasta que caí con un grito, de entrañas vaciado a balazos.
¡Ahora, en Spoon River, me cubre una bandera!
¡Una bandera! ¡Una bandera!

 


John Wasson

¡Oh! pasto cubierto de rocío, pasto de las praderas
carolinenses,
pasto por el cual me siguió Rebecca, llorando, lloraba
el niño en sus brazos, lloraban los tres que la seguían,
todos lloraban,
alargando el adiós. Me fui a la guerra contra los ingleses,
y vinieron años largos y duros hasta el día deYorktown
y la búsqueda de Rebecca.
La encontré, por fin, en el estado de Virginia,
dos hijos habían muerto.
Viajamos en buey hasta Tennessee,
al cabo de unos años llegamos a Illinois
y finalmente aquí a Spoon River.
Cortamos el pasto búfalo,
abrimos los bosques,
construimos las escuelas, los puentes,
hicimos los caminos y cultivamos la tierra,
solos con nuestra pobreza, las plagas, la muerte...
Si Harry Wilmans, quien contra los filipinos peleó,
ha de tener en su tumba una bandera,
¡yo le doy la mía!