La señora de Merrit
Silenciosa ante el jurado, sin contestar al juez cuando me preguntó si tenía algo que objetar a la sentencia, sólo pude negar con la cabeza. ¿Qué podía decirle a la gente si pensaba que una mujer de treinta y cinco años tenía la culpa cuando su amante de diecinueve asesinó a su esposo? Y aunque ella le hubiera dicho, insistentemente, "Vete, Elmer, vete lejos de aquí, te trastorné la mente con el don de mi cuerpo: harás algo terrible". Y tal como lo temía, mató a mi esposo; con eso no tenía nada que ver, ¡ante Dios! ¡Silenciosa por treinta años en la cárcel! Y la férrea reja de Joliet se abrió para los grises y mudos carceleros que me sacaron en un ataúd.
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