Poema del nudo gordiano
Las grandes ciudades industrializan la soledad. Frustrada está la búsqueda de amores fragmentados para justificarse, justificar, un desajuste o una insuficiencia. Las grandes fábricas de cigarros continúan facturando sobre la soledad, y no se declaran en quiebra las fábricas de bebidas. Los hombres y los autobuses se roznan y se desgastan; los árboles sin paisaje, se desfiguran, y sus raíces como ataduras, bajo el asfalto, agonizan sin un lamento. Se licúa la burguesía y se diluye en la límpida linfa: la enturbia, y el áspero paladar estimula mi grito. Golpea con fuerza el viento los verdes frutos; maduros, caen. Hay quien procure la vida en las plazas, en la orla marítima, en los hospitales —algunos, ya condenados, se pudren, otros vegetan. La muerte —¿quién la dice inverosímil como un premio de la lotería?— llega puntual, por telex o teléfono. Mueren todos los pasajeros de un avión que cae; un edificio se derrumba y vuelve antorcha humana a la mujer del corneta. Mil niños, cifra redonda, mueren diariamente de hambre: jugamos fútbol, queremos dormir con la aeromoza, vamos al cine, restregamos los pies en la playa. —¿Me dejo el bigote o no? Nuestra tragedia sólo a nosotros llega: para los demás, es encabezado de periódico.
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