El espantapájaros
Azada al hombro, en el centro del mundo, Juan mira la planicie y soñando se sueña. Tiene hambre —revuelta—, gusanos y un deseo, que lo íntimo que no sabe traducir, sabrá. El sol cae y refresca; las sombras del maizal corren veloces como galgos encharcados. Anochece.
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