Elegía de la calle Itau
Una simiente lanzada a la tierra florece también en mí, y fructifica. Planta un árbol, hace del desierto una floresta. La palabra grita y entorpece, opiada, flácida, y sus aristas cortan el cuero de mis zapatos, me flagelan. Consumirlas cuando sea necesario, no desperdiciarlas. El uso las empalidece. Madrugadas, oh madrugadas de junio, frías y nebulosas, ¿dónde izar la bandera de mi soledad? Madrugadas que estallan en sueños, que anticipan y justifican el momento vivido y por vivir, astillón de la bola de cristal, que abruman mi reino y sus caminos. El sol beneficia la mañana, el humus transforma el tallo en árbol y sombra; todo crece alrededor del poeta, los hijos se hacen hombres, dioses. Crece la ciudad y disminuyen los corazones.
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