Kuala Lumpur
a Alvaro Mutis
Arrastrado por la fuerza que lleva a las aves a emigrar, mudo y estático, se quedaba mirando los navios y los aviones que llegaban y partían dándoles procedencia o itinerarios coralinos. De tanto soñarse pasajero, humus pretérito, cicatriz de un deseo remoto, tripulante o clandestino, cultivaba la frustración, abonándola y regándola, para segregar repetidamente el nombre de las ciudades lejanas en donde las imaginaba. Envejeció a la sombra cauterizada de la continuidad obsesiva, con el imponderable ponderable para fustigarlo, y, opiado, las manos, fuente de gaviotas, ya no vibraban cuando nos hablaba de Kuala Lumpur, los cuernos de la luna. Sabiendo que jamás tendría alas para volar, aletas para nadar, volvía todos los sábados, en la tarde, al punto de observación, donde, subyugado, moría preferentemente una semana. Ebrio, trazaba mapas, definía concavidades, y bajo el peso del malogro levantaba la copa y brindaba: kuala Lumpur, kuala Lumpur, como algo inasible, más allá de los límites de la razón. Y a los amigos hablaba de Bélgica, Trinidad, Hong Kong y Port-Said con intimidad y colores tales, del clima y del comercio, de las calles y de las mujeres, de los prostíbulos y de los atardeceres, que jamás alguno se mostró incrédulo, marineros, marginales, prostitutas. Hablan de su muerte; hace dos meses que no aparece: si se mutiló, no fue del todo; vive, fragmentado, en cada uno de nosotros, míseros y sedentarios, adventicios firmes en el suelo, maniatados por compromisos, a lo superfluo. No era humano: pájaro de ala quebrada, pez retenido en el acuario, o vegetal, quién sabe?
1980
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