Las lágrimas
Cuando echado del nido de la eternidad, el primer hombre pasaba asombrado y pensativo por los bosques y campos, le apenaban la luz, las nubes, el horizonte –y de cualquier flor le punzaba un recuerdo del paraíso. Y el primer hombre, el errante, no sabía llorar. Una vez, agotado por el azul tan claro de la primavera, con alma de niño el primer hombre cayó de cara al polvo: "Padre, arráncame los ojos o si te es posible fabrica sobre ellos una telaraña, una mortaja, para que no vea más ni flor, ni cielo, ni sonrisa de Eva, ni las nubes, porque toda esa luz me duele". Entonces, El Piadoso, en un instante de misericordia le dio las lágrimas.
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