Carta
No te escribiría ni siquiera este renglón, pero los gallos cantaron tres veces en la noche y tuve que gritar Dios mío, Dios mío, ¿de quién renegué? Soy más viejo que tú, madre, pero así como tú me conoces: algo cargado de espaldas, inclinado sobre las preguntas del mundo. Hasta hoy no entiendo aún por qué me enviaste a la luz. ¿Solamente para andar entre las cosas y hacerles justicia, diciéndoles cuál es más verdadera, cuál es más hermosa? La mano se me detiene: es muy poco. La voz se me apaga: es muy poco. ¿Por qué me enviaste a la luz, madre, por qué me enviaste? Mi cuerpo cae a tus pies, pesado como un pájaro muerto.
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