El viento y el miedo golpean los muros. Se ha ido el relámpago del caballo del alba. Uvas marchitas sueñan con el vino donde podrían resucitar.
La muerte, esa manzana llevada por la bruja, y ahora golpea los muros sin dejarnos dormir. La muerte será una hoguera junto a la cual nos agruparemos.
Quizás alguna vez he muerto. Y era otro el que alejándose de la cocina huérfana donde los duendes echaban de menos a aquélla de la que ocultaban ollas y sartenes, deletreaba el nombre de la Agencia de enfrente mientras oía el chirrido de la soldadura del ataúd.
Llegaba hasta la calle el runruneo de los rezos. Los tíos salían a tomar una cerveza antes de seguir el [cortejo. Es largo el camino al cementerio. Los visitantes miraron por última vez la cara de la muerta. ("Un niño se murió y lo sembraron" oí decir a una niña [de cuatro años).
Yo sabía que alguna vez se lloraría por mí mismo. Todos seguimos alguna vez nuestro cortejo y hemos resucitado tantas veces en el moscardón que ronda las casas. Todos hemos estado en el puñado de tierra que lanzamos por primera vez a ese ataúd.
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