De nuevo vida y muerte se confunden como en el patio de la casa la entrada de las carretas con el ruido del balde en el pozo. De nuevo el cielo recuerda con odio la herida del relámpago, y los almendros no quieren pensar en sus negras raíces.
El silencio no puede seguir siendo mi lenguaje, pero sólo encuentro esas palabras irreales que los muertos les dirigen a los astros y a las hormigas, y de mi memoria desaparecen el amor y la alegría como la luz de una jarra de agua lanzada inútilmente contra las tinieblas.
De nuevo sólo se escucha el crepitar inextinguible de la lluvia que cae y cae sin saber por qué, parecida a la anciana solitaria que sigue tejiendo y tejiendo; y se quiere huir hacia un pueblo donde un trompo todavía no deja de girar esperando que yo lo recoja, pero donde se ponen los pies desaparecen los caminos, y es mejor quedarse inmóvil en este cuarto pues quizás ha llegado el término del mundo, y la lluvia es el estéril eco de ese fin una canción que tratan de recordar labios que se deshacen bajo tierra
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