El día del fin del mundo será limpio y ordenado como el cuaderno del mejor alumno. El borracho del pueblo dormirá en una zanja, el tren expreso pasará sin detenerse en la estación, y la banda del Regimiento ensayará infinitamente la marcha que toca hace veinte años en la plaza. Sólo que algunos niños dejarán sus volantines enredados en los alambres telefónicos, para volver llorando a sus casas sin saber qué decir a sus madres y yo grabaré mis iniciales en la corteza de un tilo pensando que eso no sirve para nada. Los evangélicos saldrán a las esquinas a cantar sus himnos de costumbre. La anciana loca paseará con su quitasol. Y yo diré: "El mundo no puede terminar porque las palomas y los gorriones siguen peleando por la avena en el patio".
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