Se calza uno las botas de la lluvia, los ojos de la lluvia y el pesimismo del posible granizo, acepta la encandilada taza de la mañana, barrunta el barro, el frío contra la piel caliza, urde planes contrarios, apostrofa y desmanda, supone el ronroneo del poema cobijado en la cama, como un gato. Pero transige poco a poco, baja, y entra al campo del radar de la muerte, como todos los días, natural, tautológicamente.
|