Cielos veloces de Montevideo, estratos de oro y de laurel, halados por la más alta red, tibios lilas lentísimos cocientes de su luz multiplicada, pasan y nos envuelven y nos entretenemos con su gracia, como una mano juega entre arenas que guardan la eternidad en la que no pensamos. Entretanto, el pegaso peligro relincha ferozmente.
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