Acuérdate del pan, no olvides aquella cera oscura que hay que tender en las maderas, ni la canela guarneciente, ni otras especias necesarias. Corre, corrige, vela, verifica cada rito doméstico. Atenida a la sal, a la miel, a la harina, al vino inútil, pisa sin más la inclinación ociosa, la ardiente grita de tu cuerpo. Pasa, por esta misma aguja enhebradora, tarde tras tarde, entre una tela y otra, el agridulce sueño, las porciones de cielo destrozado. Y que siempre entre manos un ovillo interminablemente se devane como en las vueltas de otro laberinto. Pero no pienses, no procures, teje. De poco vale hacer memoria, buscar favor entre los mitos. Ariadna eres sin rescate y sin constelación que te corone.
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