Pasa el vértigo de ajenas corporaciones emplumadas para fiestas o iras de la selva. Pasa el dialecto. En tanto, el hilván hondo de la lengua lee en jazmín diminuto o en arena, deja el hervor tentante e imagina las simples, que relucen, espumas de la última ola. Y se encaja otra vez en el cóndilo, en lo exacto de la fatalidad.
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