No llores vanamente tu fortuna* Las escaleras turbias suben a la esperanza del amor, descienden a raudales de soledad, miseria, a esa sombra en la que viejo, te gustará sentarte, graduándola: entreabrir un postigo, apagar o encender una vela, otra vela, para alumbrar la seda de una frente, el cigarrillo consumido a medias, epílogos, epílogos. No entiendes esas grandes cosas inmóviles, egipcias, y prefieres vivir sobre un burdel, cerca la iglesia, el hospital. También tu voz bajó por escaleras, llegó a la sombra, al cáncer, durante el largo viaje tuyo a Ítaca, a nosotros, al milagro sencillo: eres el derrotado, el triste, el solo —no importa de qué tribu— que trueca el duelo en canto.
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