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San Martín de las hormigas
Martín nació en Sebaria, población de Panonia, y creció en Pavía, donde su padre era tribuno. Cuando tenía quince años, ingresó al ejército imperial. Un día de invierno, a las puertas de Amiens, vio a un hombre casi desnudo pidiendo limosna. Sacó la espada, cortó en dos su capa y le entregó la mitad. Esa noche se le apareció Cristo. Martín, que tenía dieciocho años, se hizo bautizar.
Para mostrar al emperador Juliano que no dejaba la milicia por cobardía, en las Galias Martín se enfrentó a los bárbaros sin más protección que una cruz. San Hilario, obispo de Poitiers, lo ordenó de acólito. En los Alpes unos ladrones lo asaltaron y estuvieron a punto de degollarlo; finalmente lo dejaron atado, bajo la custodia de uno de ellos. El santo lo convirtió. En cierta ocasión, Martín resucitó a un muchacho que había muerto sin haber sido bautizado, y también a un hombre que había sido ahorcado. Tantas veces desbarató a los demonios que nadie podría llevarles la cuenta. Ya consagrado obispo, construyó un monasterio fuera de la ciudad y vivió allí, en austeridad —dormía en el piso, envuelto en un petate; nunca usó el trono, ni bebió vino—, acompañado por ochenta discípulos. El agua y el fuego, las cosas, las plantas y los animales le obedecían. Una vez Martín le prendió fuego a un templo pagano. Para proteger una casa vecina subió al tejado y ordenó a las llamas que no la tocaran. Otro día, al vadear un río, una serpiente lo amenazó; bastó una voz suya para hacerla cambiar de rumbo y dejarlo en paz. Santa Inés, Santa Tecla, La Virgen María, San Pedro y San Pablo solían visitarlo en su celda. Nadie lo vio jamás encolerizado; nadie lo vio abatido; nadie lo vio reír. El nombre de Cristo estaba constantemente en sus labios, y su corazón rebosaba paz y piedad. Solícito aun después de su glorioso tránsito, ocurrido cuando contaba ochenta y un años, no desoye las súplicas de sus fieles. Así debe entenderse lo que el padre Tello nos cuenta en algún lugar: “Este año en seis días del mes de agosto, a petición de toda la ciudad de Guadalajara, en el Nuevo Reino de la Galicia, y de la Real Audiencia, Cabildo y Regimiento y consulta de las religiones, se determinó que convenía se eligiese un santo por abogado contra la plaga de hormigas que tenía infestada la ciudad, árboles, plantas y legumbres de su cámara y provincia, y habiendo echado suertes, salió el glorioso San Martín Obispo, que cae a once de noviembre, el cual fue recibido por abogado e intercesor, y se hizo hacimiento de gracias con Te Deum laudamus y procesión, y juraron y votaron de guardar su fiesta y erigir capilla, como consta del auto que en esta razón está en el libro de la santa iglesia”. De su misericordia habla que no haya tomado venganza contra Guadalajara, aunque la capilla jamás se construyó. Nadie se ocupó tampoco de medir, para nuestra curiosidad, la eficacia de su intercesión. |