Material de Lectura

Una ciudad prodigiosa


Después de comer, mientras Toña nos servía café, galletas y nieve de membrillo, la tía Martucha pidió que le trajeran los cigarros.

Martucha es una mujer pequeñita, un poco jorobada. Le gusta usar joyas de fantasía y vestir blusas de seda. Tiene el cabello blanco y crespo, la piel floja, los ojos claros y cansados. Cuando fuma, la memoria se le vuelca; su voz tenue, sin matices, comienza a bordar en el recuerdo:

“Del otro lado del mar —dijo la tía mientras las primeras, espesas volutas de humo subían por los prismas de la araña y por el sol de la tarde incipiente—, más allá del agua interminable, hay una ciudad de prodigio, toda ella edificada en las orillas de un gran río. Altas construcciones de piedra la forman; grises y almenadas por infinitas chimeneas. Todos sus tejados, que la lluvia abrillanta, se encuentran habitados por gorriones. En los jardines, de setos cuidadosamente recortados, al pie de álamos de oro crecen hermosas mujeres de bronce que no conocen el frío. Bajo los puentes, que son innumerables, de múltiples formas, canta la corriente una melodía irrepetible. En las calles adoquinadas, que perfuman el pan y la cebolla, los niños juegan en corros y montan caballitos de palo. A la luz del crepúsculo, muchachas bellas como la aurora pasean por el fondo de los estanques. Y cuando cae la noche, la paz y el deseo se trenzan en un abrazo que remeda el del río y la ciudad.

“Hay en el centro de la ciudad prodigiosa —dijo la tía mientras nuevamente le aplicaba lumbre al cigarro y le pedía a Toña otro plato de nieve— una altísima torre de plata. Tanto se eleva por encima del río que la arrulla, que muchas veces se pierde entre las nubes. De día es difícil mirarla, pues la luz del sol le otorga un deslumbrante fulgor. Pero en las noches claras resplandece como si fuera de hielo. Los habitantes de la ciudad le componen canciones y, cuando tienen la conciencia tranquila, sueñan con ella. Los forasteros se la llevan por el mundo en el corazón. Dicen que una vez cada mil años hay un coro de ángeles que la celebra en las alturas.”

La tía Martucha guardó silencio porque había terminado con el cigarro y porque Toña tiró algo en la cocina y porque la Beba se había quedado dormida y ella no la quiso despertar.