San Avilán
El olvido en que suele tenerse a San Avilán no impide que a veces sea posible reconocerlo en la fachada de capillas por costumbre humildes. Una campana en las manos o a los pies del santo hace segura la identificación. Se cuenta que después del asalto que a principios del siglo X sufrió la ermita de Minz, y del asesinato del anacoreta que intentó protegerla de la codicia de Barrabás el Manco, una cuadrilla de demonios se apoderó de la iglesia profanada: en cuanto alguien entraba, los diablos comenzaban a gritar tan espantosa e intensamente que lo obligaban a huir. Afamado por sus milagros, San Avilán fue llamado por una pareja que deseaba casarse en el lugar. Tres veces tres días y tres noches el santo se mantuvo en oración y tres veces intentó en vano entrar. Luego decidió ayunar una semana, a las puertas de las ruinas, y se entregó a la plegaria hasta que dos ángeles descendieron de los cielos y lo llevaron por los aires a lo alto de la torre. Apenas el santo pisó el campanario, los demonios empezaron a aullar. Para no escucharlos, San Avilán se dio a repicar las campanas y no dejó de hacerlo, tres días y tres noches, hasta que el último de los diablos salió del templo. Se dice que a veces, en noches estrelladas, si dos enamorados pasan por alguna iglesia donde se venere a San Avilán, las campanas tañen suavemente, como si una brisa tierna las hiciera tocar.
|