Enseñanzas
Desde aquel momento cuando en la casa de cornisas bajas Un doctor del pueblo cortó el cordón umbilical, Y los huertos se llenaban de acederas y cenizos, Nidos para las peras con blancos puntos del moho, Ya estuve en las manos de los hombres. Podían, sin embargo, Estrangular mi primer grito, apretar con su mano grande Mi garganta indefensa que inspiraba su ternura. De ellos he heredado los nombres de pájaros y frutas, He vivido en su país, no demasiado salvaje, No demasiado cultivado, con la pradera, con el campo arable Y con el agua en el fondo de piragua dentro de la maleza Detrás del taller de carpintería. Sus enseñanzas, empero, encontraron el límite Dentro de mí mismo, y mi voluntad fue oscura, Poco obediente a mis designios o a los suyos. Otros, a quienes no conocía, o solamente de nombre, Andaban dentro de mí y yo, espantado, Oía en mí los crujientes cuartos Adonde no se mira por el ojo de la cerradura. No significaban nada para mí Casimiro ni Gregorio Ni Emilia ni Margareta. Pero cada defecto, de ellos y cada mutilación Tuve que repetir yo mismo. Eso me humillaba. Y fuese capaz de gritar: Oh vosotros, los responsables, Por vuestra culpa no puedo llegar a ser quien quiero sino yo mismo. El sol caía en el libro sobre el pecado original. Y a veces, cuando la tarde zumba entre las hierbas, Me imaginaba a los dos, con mi culpa, Cómo estaban pisoteando la avispa bajo el manzano del paraíso.
1957, Montgeron
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