No más
Debo decir algún día cómo cambié De opinión sobre la poesía y cómo sucedió Que hoy día me considero uno de los innumerables Mercaderes y artesanos del Imperio del Japón Que componen poemas sobre el florecer de los guindos, Sobre los crisantemos y la luna llena. Si yo pudiera describir cómo las cortesanas de Venecia En el patio con un mimbre excitan a un pavo real, Y sacar de la tela de seda, de la faja de perlas Sus senos pesados y la huella rojiza Que la abrochadura del vestido marcó sobre su vientre, Así por lo menos como lo ha visto el capitán de los galeones Que llegaron aquella mañana con una carga de oro; Y si a la vez pudiera yo sus pobres huesos En el cementerio, donde el mar grasiento lame al portón, Encerrar en una palabra más duradera que su último peine Que en el humus bajo la losa, solo, espera la luz, Entonces no perdería la esperanza. De la materia resistente ¿Qué es lo que se puede recoger? Nada, a lo sumo la hermosura. Y tiene que bastarnos entonces con las flores de los guindos Y con los crisantemos y con la luna llena.
1957, Montgeron
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