Nunca de ti, ciudad
Nunca de ti, ciudad, he podido irme. Larga fue la milla pero algo me retrocedía como a una pieza en el ajedrez. Huía yo por la tierra que rodaba cada vez más rápida Y siempre estuve ahí: con los libros en mi morral de lona, Clavando los ojos en las pardas colinas detrás de las torres de Santiago Donde se mueven un pequeño caballo y un hombre pequeño detrás del arado, Ciertísimamente desde hace mucho ya muertos. Sí, es verdad, nadie comprendió la sociedad ni la ciudad, Los cines Lux y Helios, los letreros de Halpern y Segal, El paseo en la calle de San Jorge, llamada de Mickiewicz. No, no los comprendió nadie. Nadie lo ha logrado. Pero cuando la vida transcurre en una sola esperanza: De que algún día ya sólo quedan claridad y distinción, Entonces, muy a menudo, da pena.
1963, Berkeley
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