Oeconomía divina
No pensé que viviera en un momento tan particular. Cuando Dios de las alturas rocosas y de los truenos, Señor de los Ejércitos, kyrios Sabaoth, Humillara tan dolorosamente a los hombres Permitiéndoles actuar como ellos quieran, Dejándoles conclusiones y no diciendo nada. Fue un espectáculo que de verdad no se parecía A un ciclo secular de las tragedias reales. A los caminos sobre los pilares de concreto, a las ciudades de vidrio y hierro, A los aeropuertos más extensos que los estados tribales De repente les faltó el principio y se desmoronaron. No en un sueño sino en desvelo, porque sustraídos a sí mismos Duraban como dura solamente lo que no debe durar. De los árboles, de las piedras en el campo, hasta de los limones en la mesa Huyó la materialidad y su espectro Resultó un vacío, un humo en la película. Hormigueaba el espacio desheredado de sus objetos. En todas partes era en ningún lugar y en ningún lugar en todas partes. Las letras de los libros se volvían plateadas, vacilaban y desaparecían. La mano no podía trazar un signo de la palmera, ni un signo del río, ni un signo del ibis. Con la algarabía de muchas lenguas se anunció la mortalidad del habla. Fue prohibida la queja porque se quejaba a sí misma. Los hombres, tocados por un tormento incomprensible, Se desvestían en las plazas para que su desnudez llamara el juicio. Pero en vano añoraban el horror, la piedad y la ira. Demasiado poco motivados Eran el trabajo y el descanso Y la cara y el pelo y la cadera Y cualquier existencia.
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