Despedida
Te hablo después de los años del silencio, Mi hijo. No existe Verona. Trituré el polvo de ladrillo entre mis dedos. He aquí lo que queda Del gran amor a las ciudades natales. Oigo tu risa en el jardín. Y el olor De la primavera loca corre por las hojas mojadas hacia mí, Hacia mí, que sin creer en alguna fuerza salvadora Sobreviví a otros y a mí mismo. Si tú supieras cómo es cuando de noche Uno despierta de repente y pregunta Al oír el corazón palpitando: ¿Y tú qué quieres más, Oh insaciable? Es la primavera, canta el ruiseñor. La risa infantil en el jardín. Primera estrella pura Se abre encima de la espuma de las colinas cerradas Y a mis labios de nuevo regresa el canto ligero, Y de nuevo soy joven como antes, en Verona. Rechazar. Rechazar todo. No, es eso. No voy a resucitar nada ni regresar a lo pasado. Dormid, Romeo y Julieta, en la cabecera de las plumas rotas, No levantaré de la ceniza vuestras manos unidas. Que el gato visite las catedrales abandonadas Luciendo con su pupila sobre los altares. El búho En la bóveda muerta que construya su nido. En el mediodía caluroso y blanco la serpiente entre los escombros Que se asolee sobre las hojas de tusilago y en el silencio Con un círculo resplandeciente que ciña el oro inútil. No volveré. Yo quiero saber qué es lo que queda Al rechazar la primavera y la juventud, Al rechazar la boca carmesí De la que fluye en la noche bochornosa Una ola de calor. Al rechazar el canto y el olor de vino, Los juramentos y las quejas y la noche de diamante, Y el grito de las gaviotas detrás del que sigue corriendo el brillo Del sol negro. De la vida, de la manzana rebanada por un cuchillo de fuego, ¿Qué semilla se salvará? Créeme, hijo mío, no queda nada. Sólo la pena de la edad viril, El surco del destino sobre la palma de la mano. Sólo la pena, Nada más.
1945, Cracovia
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