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Dones de Asia |
Cuando ocurre eso, los rebaños se levantan de pronto bajo la luz culpable de la madrugada, interrogan con resoplidos a la luna leopardiana; despiertan nómadas —escamas sedosas de lenguaje aglutinante, palabras largas como la estepa, vocales igualadas como la estepa, desazón hasta la hora de partir —también así aquel día en que al abrir la señorita de improviso su balcón no estuvo la hiedra en el muro de enfrente y ni siquiera la jaula del cenzontle; no entró aire fresco: muy al contrario, porque era selva de siete siglos atrás y los mosquitos aplacaron la luz al invadir los prismas y el tul; cerca berreaban los elefantes junto al Gran Lago; entre los pedales del piano y las patas de garra porfirianas descendieron al estuario de la plática resabios de Jayavarman VIII y cada vez que caía fuera una colilla encendida mudaba un poco el pasado, hasta que hubo que cerrar, por temor a fluxiones. Pero es un recuerdo que conforta. |