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Merlín |
Diremos hoy del amor cosas verdades
como la orilla al mar hasta volverse arena. Los pasos sobre hojas mojadas que no crujen; torna el pensamiento con saliva ajena, oh brujo céltico que hallaste hace dos lunas una joven lavándose temprano en la fuente. Esta tarde de nuevo has mordido sus piernas —desgano: así hasta tres veces. Hay en el bosque corros de hongos —y quién los pone, dí (o enloquecer como el sabio malabar ante la sensitiva), y quién pone el salitre en la bóveda donde la antorcha traza enigmas de hollín. Mirabas a la ventana de vejiga tendida; esperabas la hora, oh brujo enteramente medieval, cómo odiaste la paja donde hundías codos y rodillas pensando en hongos, en salitre (así otros días cuando quieres que dure y repasas el elenco de estirpes de Erín desentendiéndote un poco). Traes briznas en los faldones y en ese cucurucho salpicado de estrellas, lúnulas y saturnos prematuros que llevas frío en los pies y prisa; sí, oh brujo atormentado por la enuresis; anhelas el infolio de astrología judiciaria que el aprendiz desempolva con mano trémula, creyéndote en hechicerías altas. Tardarás en dormirte aunque es noche de viento y el hombre del norte no pisará las costas No, no eres lunático. |