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El origen de la tragedia |
Es difícil de precisar, como siempre, pero a esta edad de máximas, al restregar con el dedo hasta que brilla el chipre y el chipre es hueso o asoma un genio— será quizá cosa de agradecerse el que haya todavía sol en la palapa y la alta pila de monedas que se cae a cada orgasmo: sin duda un excesivo sentir de suficiencia, sin duda una peroración que va quedando sola como la mañana en que representaron sobre la cubierta del Nautilos un intento de pantomima; un marinero hacía de mujer (según se adivinaba por la enorme peluca de estopa amarilla y pechos simulados con trapos), gesticulaba, se fruncía, manifestaba todas las muestras de: a) el arrepentimiento, b) la duda, c) el terror; el otro se mantenía impasible, atajándola con cortos ademanes protocolarios; el tercero daba la espalda; la mujer cayó de hinojos y antes de que pudiera abrazar las rodillas al impávido, éste se hincó también, desorbitado, hacía que la iba a estrangular; ella cubría su rostro, luego se cruzaba las manos delante como Osiris. Lejos se amontonaban nubes grises. Creció el viento. Una hora más tarde, cuando Aronnax, preocupado, dejó de atender a la pantomima, ella describía algo pequeño y cúbico a los dos, pasmados con los brazos en alto, muy muy teatrales. |
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