Nec plus quam minimum
La seca lluvia vertical continuaba,
ningún nacido de mujer había entrado nunca en la oficina,
decirle de prisa frases ambiguas, vejarlo y multarlo,
sellos amoratados, reglamentos, tubos de luz sanvito,
letras grandes en las ventanas decían algo al revés.
Afuera gris arriba, gris abajo.
Entonces el del escritorio de reclamaciones,
el que fue ascendido al otro día,
sacó un dedo por ver si amainaban las gotas ganchu-das:
tal fue el clinamen.
La lluvia
con un estruendo de dominó ateo
se derrumbó en sí misma. Al rato
notaron que ya había un sol redondo,
nació suelo verdiazul bajo las nubes nuevas,
pasaban saurios, hordas, bergantines.
Fue la primera vez
que apagaron, cerraron y salieron.
La cajera, la gorda, se despidió gritando:
—¡Mañana habrá causantes!