Carne marcada de un rostro, pulpa sangrante del verano; doble lago de hielo inmóvil, orbe azulado bajo el párpado. Dientes chasqueando entre rosas. Narices, portales del perfume, donde muertos soles reposan sus halos sobre amplios, ondulantes planos. Rostro que ningún sueño aviva, angustiado, casi infantil, apenas hermoso, donde de pronto se eleva una sonrisa. Rostro donde fluyen como arroyo las lágrimas, extraña máscara, apariencia humana, cofre carnal que encierra el silencio del alma. En ti habita la inmutable belleza de la piedra, hiriente, dura máscara, y cae la noche cuando cierras los párpados.
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