Te destacas contra la noche disfrazado de Dios (es decir desnudo) pálido y blanco como el desconocido que muere de hambre en el camino aunque puede ser un ángel. Tu boca bebe de las tinieblas, gota tras gota, con amargura, y la franja de tu párpado alberga el poco cielo que me queda. Sobresales del día, como el cuerpo del amor sacrificado por sus víctimas, y mis besos son crímenes que agujeran tus manos, sin esperanza. Te desprendes de la tarde como el sol en el crepúsculo; tu silencio es el canto que tu orgullo y tu dolor se obstinan en callar. Rey derribado, de pie en el umbral de la noche como a la entrada de un monasterio, donde la sombra te cubre con una capucha inesperada: la primera estrella reemplaza el corazón en tu pecho, la sombra se coagula en tu sangre y el sol rueda en el mar como una tiara de oro perdida en la juventud. Te destacas sobre la muerte como un cisne sobre blasón negro. El dolor y la esperanza sostienen el blasón y hay sangre en el pico y lodo en el ala del cisne; cada uno de sus temblores remueve las olas de la vida y la eternidad. Detrás del broche, el destino; su ojo fijo en mi corazón resignado, al fondo de mi garganta. La nieve cae lenta y amontona sobre mí sus copos como plumas esparcidas sobre una tumba abandonada.
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