Un duro tallador de piedras ha desgajado mi cuerpo de este bloque atormentado por un alma insatisfecha. Soy un pastor y seré profeta; me bastará un guijarro para derribar al más fuerte. Pero ¿a qué debo mi ambición, a qué tanto esfuerzo? Si más allá del éxito percibo mi derrota y, con las cejas fruncidas, me retiro del festejo al sentir sobre mi virtud el remordimiento. La culpa y la desdicha pudrirán mi victoria; Jehová soltará sus perros expiatorios; mis músculos se crispan; sé demasiado; he luchado demasiado. El grito de mi dolor colma el espacio y la honda que gira en mi agotada mano no puede lanzar mi corazón contra el Dios que me ha tentado.
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