Comparado con otros jóvenes, sin duda salgo ganando; mi padre, un amoroso soberano o magistrado, mandó fundir mi imagen en delicado metal y unió su nombre al mío en una breve oda. De fino bronce, apenas menos mortal que la carne núbil y ardiente, he padecido la humedad de la tierra he escapado de su noche y del sol que corroe para estar serenamente en este pedestal, frente al ojo del día. ¡Qué dulces son los reflejos sobre la pureza de mi pátina! La curva de mi espalda, la esbelta ondulación de mi costado, me hacen imitar en metal a un efímero muchacho. Mis dedos, aún intactos, ya no sostienen la palma del triunfo, Pero aún puedo enseñar al que pasa prendado de mi gesto calmo los sabios cálculos que exigió la belleza de mis formas.
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