Ni protegerse del día bajo el árbol de las tinieblas, ni morder en el fruto la dulce carne del verano, ni besar largamente los lívidos labios de muertos hastiados de haber existido. Ni penetrar, transido, el frío corazón del álgebra, ni clavar en el vacío una máscara, ni acostar bajo el sólido olvido célebres huesos ni derramar su nada en un sepulcro prestigiado. Ni acariciar, amor, tu ardiente garganta, ni quemar tu deseo en el fuego negro de la espera, ni aplicar al dolor el torniquete de la resignación. Ni levantar hacia el cielo las manos insatisfechas, sino soportar en uno mismo, en medio de la noche sin pensamientos, el profundo vacío de un corazón donde la vida ha sangrado.
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